Disminución de la natalidad

Hemos contribuido, desde nuestra modesta familia, a reducir la natalidad. Vaya por delante mi más sincera disculpa por el daño causado al sistema de pensiones. Y todo por ir de excursión con piraguas y nuestros tres adolescentes.

Nosotros pretendíamos hacer un plan divertido: alquilamos unos kayak, un guía y nos hacemos un recorrido por el Embalse del Vado en el río Jarama. Y para allá que nos fuimos a nuestro plan de remos, que ya habíamos hecho en otra ocasión y a los niños les había gustado.

Al llegar nos dice el guía: «Vamos a esperar a una pareja, que me han dicho que están de camino» Mi hijo pequeño empezó a impacientarse, y preguntaba bien alto que cuándo llegaban, que por qué teníamos que esperar tanto tiempo (llevábamos escasos diez minutos). Cuando llegaron los tortolitos se encontraron en un entorno maravilloso, un guía encantador y una familia con tres hijos entre 14 y 10 años (Romanticismo 0 – Alma en los pies 1).

Durante el trayecto la cosa empeoró considerablemente, nos repartimos en las canoas: mi marido y el pequeño en un kayak, yo con el mediano y la mayor tuvo que ir sola. En el embalse no había nadie, la tranquilidad era absoluta y el paisaje precioso, pero mi hijo ya se ocupó de dirigir nuestra embarcación gritando: «¡DERECHA, IZQUIERDA!» y yo le decía que no hacía falta, que ya le seguía yo sin necesidad de berrear. La pareja intentaba alejarse, para ganar algo de intimidad, pero el guía nos había dicho que éramos un grupo y mis hijos se empeñaban en ir hacía ellos con la barca, para que no se perdieran (Romanticismo 0 – Alma en los pies 2).

A mitad de camino, hicimos una parada para darnos un baño, pero el guía dijo: «si queréis antes del baño nos vamos a las ruinas de la Iglesia y os cuento un poco cómo se creó el embalse, vemos las ruinas…» no sé si dijo algo más, yo ya sólo oía a mi hijo pequeño quejándose a más no poder: «yo he venido a remar, no a hacer turismo» «¿hasta allí tengo que andar? eso está lejísimos» El guía se hacía el sordo, yo intenté rezagarme con el niño para hacerle entender que tenía que cerrar el pico y todos seguían andando y escuchando perfectamente sus quejas y mis regañinas. En un momento dado, se metió el otro hermano quejándose también, ya no recuerdo de qué, y se nos oía a unos y a otros discutiendo: yo por lo bajo y ellos bien alto (Romanticismo 0- Alma en los pies 3).

Cuando por fin volvimos de las ruinas, nos dimos un chapuzón. El agua estaba buenísima y los enamorados pidieron al guía si podría hacerles unas fotos a ellos solos (lo especificaron, porque ante una cámara mis hijos ya estaban posando para la foto de grupo). Aquí sí que consiguieron por lo menos una instantánea de pareja para Instagram, pero yo pensaba que si la foto se hubiese hecho con un gran angular, se podría ver la cruda realidad del momento…

Cuando llegamos a nuestro destino, tanto el monitor como la pareja huyeron despavoridos de nuestro lado. Yo querría haberles dicho que no somos tan malos padres, que no siempre es así, que hay momentos buenos, que tener hijos mola… Pero os prometo que el guía dijo algo así como «bueno, me voy corriendo que tengo que ir a Carrefour para hacer la compra y se me ha hecho tarde«. La pareja cogió sus cosas y puso pies en polvorosa sin excusarse.

Y como la O’Hara, agarré lodo del Jarama entre mis manos y me propuse firmemente: «que no volveré a alquilar kayaks sin antes preguntar si va alguien en el grupo» porque no quiero yo que los que vengan decidan que es mejor no tener hijos, porque la adolescencia se pasa y hay momentos buenos ¡os lo prometo!.

Para entender mejor a nuestros hijos adolescentes, es genial Antonio Ríos en «La paradoja adolescente» y Patricia Ramírez «Cómo mejorar la comunicación con tus hijos adolescentes» (del podcast BBVA, Aprendemos juntos).

LA JUVENTUD DE JAIMITO

Jaimito sigue siendo el protagonista de los chistes infantiles y, como cuando mi bisabuela era pequeña, está todavía en el colegio haciendo de las suyas (trastadas nada novedosas) y siendo «el chorras» de la clase.

Ayer me contaron mis hijos casi veinte chistes de Jaimito, la mayoría ya me los sabía, y sólo incluyeron un pequeño detalle que situó la trama en la actualidad y es que mi hijo añadió que la profe le dijo a Jaimito: «Jaimito ¿no has hecho los deberes? ¡incidencia en Educamos!«

La tontuna, se hereda. No sé si habrá algún gen que contenga el «tontunis totalis», pero hemos trasladado a nuestros hijos el sentido del humor: «dime de qué te ríes y te diré de quién eres».

Durante el confinamiento cada noche veíamos en Youtube un capítulo de «Humor Amarillo» con los niños. Y es curioso que da igual los años que hayan pasado, nos partíamos la caja con Dolores Conichiguá (¡dales caña!), Gacela Thompson, Takeshi, la Señora, el grano de café… en fin, chorradas soberanas que nos hacían pasar un buen rato, en los noventa y ahora. Nos encanta el humor absurdo de Muchachada Nui y nos reímos, da igual la edad, con la Lucha mínima, el «Celebrities» de Hulk Hogan y tantas otras chorradas.

Pero si hay algo que me ha dejado claro que mis hijos son dignos descendientes de sus padres, fue la siguiente situación: a mi hijo pequeño le gustan mucho los libros de «los Compas» y la última vez que compramos libros, iba cada uno con su ejemplar en el coche, donde decidieron hojearlos y:

¡¡¡¡¡No me lo puedo creer!!!!!

¿Que pasa hijo?

¡¡¡¡¡Me encanta este libro, porque el héroe es el hermano de Bruce Willis que tiene perfumerías!!!!!

Y, como si tuviéramos la primera edición del Quijote entre las manos, con los ojos como platos, todos fuimos pasándonos el ejemplar y deleitándonos con el personaje:

Mensaje en una calabaza

Así me encontré esta pequeña calabaza. Al ir a meterla al horno tenía este saludo:

Y me hizo muchísima ilusión. Dado que la playa ni la olemos desde hace meses (ayer abrí un suero fisiológico, y me olía a mar), este “HOLA” parecía un buen sustituto de un mensaje en una botella: Una calabaza del Ahorramás, alguien en Mercamadrid deseando saludar al consumidor final, de madrugada, entre cajas de fruta… ¡qué evocador!

Me costó meter la calabaza en el horno, inevitablemente el saludo iba a desaparecer, como los amores de verano… Bueno, unas fotos que inmortalicen el momento, de esas que de vez en cuando miraré, sonreiré… ¡qué tiempos aquellos!

La receta lo merece: canelones de calabaza asada. Metes una calabaza de estas pequeñas al horno (entera) a 180⁰ durante una hora y media (o dos, depende del horno). La calabaza asada se queda blandita y ya se puede abrir y quitar las pipas. Sacas la carne de la calabaza y en un bol se mezcla con unas cuatro latas de atún. Este es el relleno de los canelones que se meten al horno con bechamel y queso y están de muerte. En su versión vaga, en vez de placas de canelones uso placas de lasaña. En su versión súper-vaga, simplemente mezclo la calabaza con el atún y con queso al horno. En cualquiera de sus versiones está buenísimo.

Cuando les conté a mis hijos lo de el mensaje en la calabaza mi hijo pequeño, partiéndose la caja, me confesó que lo había escrito él, con la uña. Sinatra, con “I’ve got you under my skin” a otra parte que ya escucho “Cuando zarpa el amor” de los Camela.

Poema

Poema es la cara de mi hija cuando se entera que el mísero gigabyte que le hemos contratado en el móvil, se renueva mensualmente. Y yo daba por hecho que ella sabía cómo iba el tema, porque me parece de primero de «millennial«

Pensaba ella que nosotros sus padres, que somos unos rácanos, le habíamos regalado un móvil viejo con un giga para el resto de sus días y, eso sí, llamadas ilimitadas. Antes de saber que la cosa se renovaba, miraba el consumo de datos de manera compulsiva y no daba crédito a lo desagradecido que era su móvil, chupando datos sin piedad. El día que recibió el SMS de la renovación, no cabía en si de gozo «mamá, ¿pero el giga se renueva?» «pues claro hija ¿Qué creías?» Esto me hizo recordar vagamente un capítulo de Aída en el que el Luisma le decía al Barajas: «¡se ha acabado la cerveza!» a lo que el Barajas contestaba asustado: «¿en casa o en el mundo?» Pues mi hija igual, pensaba que el giga se acababa para siempre…

Poema fue lo que en su día enmarqué siguiendo un tip de un vídeo de Sylvia Salas en el que, con mucho arte, ponía en marcos distintas ideas. Me lancé a la que consideré más sencilla, que consistía en utilizar unas páginas de algún libro viejo o roto y escribir encima con lettering, una frase de esas que te hacen venirte arriba.

El único libro que me vi capaz de romper para esto fue una Ley General Tributaria caducada, pero enmarcar cualquier página de ese libro me parecía de tarada total y no se me ocurría frase inspiradora que pudiese tapar los artículos, que yo vería inevitablemente aunque encima escribiese la frase más animosa de Mr. Wonderful. Por eso decidí enmarcar este poema de Machado, me gusta mucho su definición de la gente sencilla:

«Y en todas partes he visto / gentes que danzan o juegan, / cuando pueden, y laboran / sus cuatro palmos de tierra. / Nunca, si llegan a un sitio, / preguntan adónde llegan. / Cuando caminan, cabalgan / a lomos de mula vieja, / y no conocen la prisa / ni aun en los días de fiesta. / Donde hay vino, beben vino; / donde no hay vino, agua fresca. / Son buenas gentes que viven, / laboran pasan y sueñan, / y en un día como tantos, / descansan bajo la tierra«

Bebamos vino, si hay vino, y si no… agua fresca, nos ponemos de fondo una canción-poema de Rayden «Haz de luz», que descubrí en Un país para escucharlo.

Y como es viernes, no conozcamos la prisa que como dice la doctora Marian Rojas en el podcast de Cristina Mitre: «La rapidez que es una virtud, engendra un vicio, que es la prisa» (frase de Gregorio Marañón que debería haber plantado yo encima de una buena página rota de la Ley General Tributaria).

No soy un robot…

Aunque me cuesta demostrar mi humanidad. Y es que me encuentro muchas veces ante el famoso «tick de reCAPTCHA»:

Y pruebas de humanidad del tipo: busca la imagen que contenga barcos o semáforos… Y cuestan, porque no aparece ni un barco tal cual ni un semáforo completo, se ven cargueros de lejos, o trozos de semáforo dispersos en las fotos, la proa de una lancha motora y otras imágenes que generan serias dudas. De hecho, con los barcos y los semáforos no acerté y tuve que buscar escaleras, puentes… ¡en fin, que errar es de humanos, reCAPTCHA debería dejarte pasar si la cagas!.

A veces te ponen letras y números distorsionados o tachados que, en muchas ocasiones, te llevan a pensar que un poco robot sí que eres.

Pero los que me han vuelto loca de remate e incluso me han llevado a pensar que tal vez yo creo que soy humana pero he vivido todos estos años engañada y soy un androide, han sido unos reCAPTCHA con los que me encontré el otro día en la página web de la Seguridad Social: 3+3 y yo, que hasta entonces pensaba que tenía alma, ponía 3+3. Y nada, seguía mostrando sumas variadas que yo volvía a copiar cual autómata, hasta que me di cuenta de que lo que había que poner era el resultado de la suma.

En otra ocasión, también en la Seguridad Social, me enfrenté a esta prueba no apta para replicantes: gato – perro – casa – abuela y después de esta serie de palabras ponía: araña. Pero, ¿esto qué es? ¿hay que seguir la serie? me parecía una prueba de esas que te ponen en los test de inteligencia o los psicotécnicos, donde tenía que continuar una serie comenzando por un arácnido, ¿tal vez araña-mosquito-hogar-abuelo?. Dos minutos pensando, sudor frío, intento levantarme la piel para ver los circuitos que han sustituido a mis venas… Cambia la pregunta: azul – perro – casa – gato y debajo pone: color. ¡¡Ahhhhhhh, claaaaroooooo!! ¡¡Ahora lo pillo!!

Y parte de la culpa la tiene interactuar con máquinas durante la jornada laboral y no con seres humanos. El otro día estaba la Conga limpiando la casa y cuando entró en el salón, donde yo estaba trabajando, me levanté de mi silla y dije en alto: «Pero… ¿a quién tenemos aquí?» no contestó, se fue a su base, es un robot.

Estuve a punto de decirle: gato – perro – casa – abuela… ¿araña? Pero me dio miedo que la ‘jodía’ Conga, que limpia mejor que yo, contestase: ¡¡GATO!!

¡Es V-I-E-R-N-E-S! (de vacaciones para algunos privilegiados) pongamos Conga de Gloria Estefan y Miami Sound Machine para celebrarlo (especialmente dedicada a mi robot favorito); o podéis escuchar la entrevista a Miguel Milá en la Habitación 127 del Hotel Jorge Juan (Descubrir la esencia del diseño (y de la vida)); podéis comprobar si sois humanos leyendo «Prohibido nacer» de Trevor Noah o yendo al Teatro Bellas Artes de Madrid a ver: «Señora de rojo sobre fondo gris» (si reís con el primero y lloráis con la segunda, sois de la raza adecuada).

Cómo si no hubiera un mañana

croquetas de cercaHoy escuchaba a Alberto García Bataller en el podcast de Cristina Mitre, que no se debería hacer deporte a partir de las seis-siete de la tarde, porque te activas y es más difícil conciliar el sueño. Y… tiene razón, me he puesto a hacer zumba con mi hija a las 18:30 y ha sido una cagada tan grande como mojar a un Gremlin. Después de la zumba, sin parar de saltar, he cocinado croquetas, con una lista de Spotify que considero tranquila porque me quería relajar y, contra todo pronóstico me he venido arriba hasta con el anuncio de Spotify Premium.

Cuando yo era pequeña, tenía una vecina que se empeñaba en cantar como Mariah Carey. No paraba de intentarlo, todo el día cantando con un karaoke que le debió regalar algún «odiador» de vecinos. Le gustaba mucho Dreamlover con ese grito irreproducible del principio, que os podéis imaginar cómo le salía… Cantaba, como si no hubiera un mañana. Hoy me he sentido identificada con ella, cantando a voz en grito una canción de María Dolores Pradera. ¡Cómo he chillado, como si no hubiera un mañana!

Y es que si algo nos enseña el confinamiento es que, cuando podamos salir, haremos todo como si no hubiera un mañana:

Achuchar a los nuestros como si no hubiera un mañana.

Bailar con nuestra pareja como si no hubiera un mañana.

Quedar con nuestros amigos y familiares como si no hubiera un mañana.

Hacer nuestro trabajo y nuestro estudio con ganas, como si no hubiera un mañana.

Perdonar, querer, sonreír y dejar pasar chorradas, como si no hubiera un mañana.

Abrazar, hablar, mirar a los ojos, como si no hubiera un mañana.

Soportar el rollo de la vecina, mantener las conversaciones de ascensor, sonreír al portero… como si no hubiera un mañana.

Tratar a ese cliente, poner una sonrisa a un compañero… como si no hubiera un mañana.

escaleraPorque hemos aprendido que todo puede desaparecer de un plumazo. Que puede suceder algo inesperado que no nos permita volver a abrazar y besar como antes, que no nos deje bailar, que nos impida quedar con nuestros amigos y familiares, que no nos deje ir a nuestra oficina ni a nuestro cole, que nos quite la oportunidad de pedir perdón a ciertas personas, que no nos permita mirar a los nuestros a los ojos, que nos aleje de la vecina y que no queramos tocar el ascensor, que nos impida hablar con nuestros clientes o ver a nuestros compañeros… Algo que no nos deja ni enterrar a nuestros muertos.

Por eso reza, perdona y pide perdón, agradece, ama, pon tu tesoro (y por tanto tu corazón) en algo que ni este puñetero virus se pueda llevar y haz todo lo bueno como si no hubiera un mañana, porque EL MAÑANA ES HOY.

Por cierto, yo no sé vosotros, pero yo viendo el vídeo de Mariah Carey no he podido parar de pensar: “mírala, ahí en el campo, libre y todos bailando, dándoles el aire en la cara, ¡qué envidiaaaaaaa!”. Bueno… eso y que hace veintisiete añazos del lanzamiento de la canción ¡ahí es nada!

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EL CARRO DE LA COMPRA

Cada vez me gusta más mi carrito de la compra. Alguna vez me ha pasado que, al salir de la estación de cercanías a la vuelta del trabajo, he decidido pasarme a por una chuminada al supermercado al lado de casa, y he acabado cargada hasta las trancas.

Y esos momentos en los que el cajero/cajera empieza a pasar tus productos a la velocidad del rayo y te pregunta:

  • ¿Bolsa quiere?
  • Sí, por favor
  • ¿grande o pequeña? ¿cuántas quiere?

No sé qué contestar, prefiero que mis hijos me pregunten de dónde vienen los niños. No mido, no tengo ni idea, siempre me quedo corta. En una ocasión le dije al cajero: “¿tú cuántas dirías, que tienes más experiencia?” pues la pregunta y la alusión a sus conocimientos no le hicieron ni puñetera gracia, triplicó la velocidad de paso de los códigos de barras y creo que se le pasó por la cabeza tirarme las bolsas a la cara.

Ya me están poniendo el datáfono para el pin, y no hay vuelta atrás, las bolsas ya están pedidas, la cuenta cerrada y la decisión tomada, con lo que hay me tengo que apañar. Me quedan por lo menos diez productos por guardar, entre ellos huevos y pan de molde, a ver dónde pongo cada cosa para que no acabe aplastado o roto por el suelo.

Además, en esos momentos de sudores fríos, cuando todo se ha ralentizado a mi alrededor, pasan al siguiente cliente, que lleva un rato clavándome la mirada en la nuca. El cajero/cajera mueve una madera, que hace de frontera entre tu desastrosa compra y la del siguiente, que no para de resoplar por el atasco que estás montando en la caja tres.

Bueno, no pasa nada, las naranjas y la leche no van en bolsa. El queso rallado y el bote de mermelada, pueden ir en los bolsillos del abrigo; el papel higiénico también tiene un asa estupenda y no pesa nada; los huevos los meto en el bolso, que es bastante grande; creo que voy a comerme el kilo de plátanos, porque no caben en ninguna parte.

Voy a casa haciendo equilibrios imposibles, y con doscientos kilos mal repartidos. Algunas asas dejan marcas en la mano, mientras que otras no resisten la presión y se rompen. Con la nariz consigo llamar al telefonillo y pedir ayuda a mis hijos que, cuando acuden, me encuentran haciendo equilibrios con el papel higiénico y los huevos.

En fin, que con mi carrito de la compra voy tan contenta, no gasto tanto plástico y con sus ruedas (que tiene cuatro) voy más ancha que larga. Si al salir del tren, me entran ganas de ir a por algunas cosillas que me hacen falta para la cena, supero la tentación y voy antes a por mi carro.

Hay quien cuando acaba el año hace balance y propósitos, yo acabo con un sincero homenaje a mi carro de la compra… ¡FELIZ 2020!

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The Walking Head

La enfermera del colegio nos dice que “se ha detectado un problema de pediculosis”, yo lo traduzco como: “hay p**** piojos en el colegio”. Y con la plaga de piojos viene la desesperación.

A lo largo de unos cuantos años de experiencia con los piojos, después de pasar por tenerlos yo misma, os digo las fases por las que pasa el “exterminador pediculoso”:

Día cero: prevención con árbol del te. Un aceite esencial que, para mi, huele de pena y que, puesto directamente detrás de las orejas y en la coronilla, repele a los piojos (o eso queremos creer).

IMG_20191215_224730Día uno: hay piojos. Es hora del tratamiento con loción y champú. He probado muchos (los que me da la farmacéutica). El último era de Fullmarks, les deja el pelo con una película de grasa muy desagradable. Pero para eso hay una solución: champú de ortiga de Klorane y la grasa desaparece. Además del tratamiento haces lavadoras a noventa grados con ropa de cama, toallas y todo lo que esa cabeza apestosa haya podido tocar.

Día dos: a la vuelta del colegio, piojos otra vez. Y están ya criados (vienen de otra cabeza). Como te da palo tanta loción, usas el viejo truco de lavar el pelo y echar vinagre. El vinagre deja muy suave el pelo y hace que la lendrera deslice. Salen de nuevo ejemplares como camiones y, cual monos, te pones quitar las liendres a mano. Bueno, por hoy, problema resuelto.

Día tres: amigos de nuevo, empiezas a pensar que tal vez no haya que erradicarlos, no se van a morir por tener piojos… Es ahí cuando te empieza a picar a ti, eso ya son palabras mayores. Pides consejos más eficaces que las mierdas de lociones, y ahí es cuando salen otros desesperados/das:

  • Whisky DYC: curioso, esta marca, no vayas a darles un Macallan de cien euros, que ese les gusta.
  • Teñir el pelo a la criatura: mi consejo es teñirlo de verde, para poder decir que lo han hecho ellos sin que tu te dieras cuenta
  • Zotal + gorrito toda la noche: para quitar hierro al asunto, hay que usar el diminutivo de gorro. Aquí lo único es que puede que en unos años tu hijo diga que no entiende su alopecia porque no hay calvos en la familia “ya sabes, alguien tiene que ser el primero”

Después de comprar el Zotal, el whisky DYC y un tinte, decido que lo mejor es darme unos lingotazos al whisky y pensarme un poco mejor la solución, con la calma propia del garrafón.

Puede que lo definitivo sea el rapado al cero, todos como reclutas y punto. Pero como mi hija mayor no quería ir al casting de Stranger Things, decidí loción otra vez, lavadoras y he convertido a la lendrera en el peine de todos los días. Parece que esto ha funcionado, y si no… me sigue quedando algo de whisky.

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Soy medio italiana

Soy medio italiana. No por mi habilidad especial para hacer pasta. No porque mi padrino tenga voz ronca. No porque me haya dado por ver películas de Fellini, beber limoncello, leer a Dante o bailar tarantela.

No, nada de eso. Me he dado cuenta de mis orígenes gracias a mi reloj Fitbit. El reloj este que te cuenta los pasos y que con una aplicación en el móvil te mide un montón de cosas: lo que duermes, puedes contabilizar lo que comes, los kilómetros que andas, si haces ejercicio, tiene cronómetro… ¡Una pasada!

Yo tengo como objetivo 10.000 pasos diarios, y dar 250 pasos a la hora en las horas centrales del día.

De vez en cuando, si mi reloj detecta que puedo conseguir algún objetivo, me manda una alerta (el reloj vibra) y en la pantalla aparece esta imagen:

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Y bueno… no sé si podéis apreciar que de la rueda que rodea al muñeco, le falta un buen tramo, pero anima ver que sólo tienes que dar quince o veinte paseos al baño en la próxima hora, para lograr el objetivo. El reloj este es un motivetis.

Todavía es mejor cuando cree que te puedes acercar al objetivo de los 10.000 pasos del día. En el móvil aparece un mensaje como este:

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Me encanta el «¡Ya casi estás!» porque te olvidas del número que viene detrás (que por cierto es de cuatro cifras, ¡ahí es nada!). Pero a lo mejor son las 21:00 horas cuando te lo dice y estás en el sofá tirada y 2.225 pasos es equivalente a subir al Everest.

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Sin embargo, y aquí viene mi teoría del gen italiano, suelo alcanzar el objetivo. Sin moverme de mi silla en la oficina, llego a conseguir 250 pasos a la hora. Casi todos los días alcanzo los 10.000 pasos establecidos, y me he dado cuenta de que es porque muevo los brazos al hablar como una auténtica «donna italiana«. Claro, engaño al reloj como una bellaca, muevo el brazo y cuenta los pasos como si estuviese andando, y a lo largo del día me he dado cuenta de que gesticulo mucho al hablar y el reloj se cree que me hago unas caminatas de flipar.

El smartwatch, no es tan smart como su nombre indica, porque le engaño todos los días: cuando voy en las escaleras mecánicas, por ejemplo. Vamos, que de los supuestos 10.000 pasos que doy al día si descontamos los de mi habla en plan «la mia mamma» y otros truqitos, se queda en escasos 5.000.

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Pero tengo que decir, que aún así estoy muy orgullosa de mis pasos, la verdad es que me muevo lo que puedo y me gusta leer ese ¡Lo has clavado! Me vengo tan arriba que pienso para mis adentros: «¡Eco!, e quando arrivo a casa…» (en italiano, como no puede ser de otra manera).

Momentazos

En pocos días he vivido dos momentazos antagónicos, pero que me han sentado divinamente:

Momentazo número uno: estaba yo tranquilamente andando por la acera, cerca de mi casa y, a pocos metros había un niño con un triciclo. Cuando llegué a la altura de mi portal, el niño había parado cerca de la puerta y no me permitía el paso. Fue entonces cuando su padre dijo una frase que me alegró el día: «hijo, deja pasar a esta ¡CHICA!» (no lo dijo gritando, pero yo lo oí así).¡Síiiiiiiiii, dijo c-h-i-c-a! ¡qué subidón!. Una palabra a tiempo puede alegrarte el día. Llevo demasiado tiempo escuchando que me llaman señora (porque, me guste o no, lo soy), y no sé si este buen hombre tenía la vista bien graduada, o la luz no era la suficiente… pero me llamó chica y tan contenta que estaba yo.

MOMENTAZO DENTROMomentazo número dos: estaba yo en el metro y al entrar divisé un sitio libre. Este fenómeno ya es de por si una pasada, porque a esas horas, en la línea 10, es prácticamente imposible sentarse. Me lancé en plancha a por el asiento, y por el rabillo del ojo detecté una presencia aproximándose. Ambas llegamos al mismo punto y yo creo que intenté hacer el amago de ceder el asiento a la chica, que lo ansiaba tanto como yo. Pero ella dijo: «No, por favor, SIÉNTESE USTED» y, aunque esto no pueda parecer un momentazo, lo fue. Porque yo no pregunté a esa buena chica por qué me cedía el sitio, preferí vivir en la ignorancia. Tal vez tampoco tenía las gafas bien graduadas (como el señor del momentazo anterior), tal vez me vio mayor, tal vez me vio gorda y pensaba que estaba embarazada… Me llamó de usted, dolió un pelín (porque le faltó añadir: «siéntese usted, que una rotura de cadera a estas edades es letal«), pero lo superé en un segundo y senté las posaderas. Porque lo necesitaba, por vieja, por cansada, por lo que sea… necesitaba ese sitio, y esa chica me lo cedió. Y fui todo el trayecto tranquilamente, leyendo, tan contenta.  Y eso, en el Metro de Madrid, es un momentazo.

¡ Venga, que mañana es V-I-E-R-N-E-S!