Hace unos meses, en el cole de mi hija mayor, nos pidieron a los padres que fuésemos a hablar a los niños sobre nuestra profesión. Yo me lo platee, y mi marido también, pero la realidad es que no me sentía con fuerzas de hablarles a niños de cinco y seis años sobre la economía y los impuestos (trepidante mundo en el que me muevo a diario) y mi marido, también economista, tampoco.
Cuando mi hija me preguntó si íbamos a ir, y le dije que no, ella consideró que el problema era que no teníamos profesión, y que por eso no podíamos relatar nada.
Las conferencias empezaron con un tío piloto, una madre médico, un padre militar, una madre diseñadora, un músico… una tarde mi hija me preguntó:
– Mamá, el abuelo ¿es deportista?
– No hija, ¿Por qué lo dices? (explico que mi padre está jubilado y sale a correr todas las mañanas. Alguna mañana le habrá visto con ropa deportiva).
– ¿Qué pasa mamá? ¿nadie de nuestra familia tiene una profesión?
– Sí hija, papá y mamá somos economistas.
Su cara de auténtica decepción se me quedó grabada… es que para mi hija, todavía hoy, ser economista no es una profesión…
Pero hay una cosa que dice, que es muy curiosa. Cuando alguien le pregunta qué quiere ser de mayor ella tiene varias respuestas: médico, profesora, cantante… y a todo le añade: madre. Siempre dice: “voy a ser cantante y madre / profesora y madre / médico y madre”. Para ella, ser madre sí es una profesión (¡qué razón tiene!).